PRESENTACION

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La maravilla del pórtico

martes, 24 de agosto de 2010

LA PRINCESA CRISTINA DE NORUEGA





Covarrubias y la Princesa Triste

MarÍa Herrero

La primera vez que fuimos a Covarrubias íbamos atraídos por su esplendida colegiata, por su arquitectura tradicional y por lo bien que se come.
El, entonces, abad de la Colegiata era una persona muy simpática y ávida de mostrar las riquezas de su iglesia a los no muy numerosos visitantes. Nos explicó con todo detalle que la Colegiata de San Cosme y San Damián se construyó a finales del siglo XV sobre otra románica. Nos llevó al museo para mostrarnos la joya más preciada que allí se conserva, el Tríptico de los Reyes Magos atribuido a Gil de Siloé. Nos acompañó por el claustro donde se conservan varias tumbas rescatadas de la iglesia anterior, entre ellas las del Conde Fernán González y su esposa Dña. Sancha.
Y de pronto nos encontramos ante un sepulcro en el que hay depositadas flores frescas y las banderas de Noruega y España entrelazadas. ¿Que personaje yace en esta tumba del siglo XIII a quien alguien, todavía, trae flores? El buen abad nos explica que se trata de la princesa Cristina de Noruega que allá por el 1257 fue prometida al Infante D. Felipe de Castilla, hermano del rey Alfonso X el Sabio y que la leyenda quiere que después de más de un año de viaje, cuando la princesa por fin llega a Castilla se encuentra con que D. Felipe, cansado de esperar, ya se había desposado y que abandonada y solitaria en la Corte de Castilla, muere de tristeza al poco tiempo.
Durante unas obras se abrió el sepulcro y por los documentos se identificó a la princesa.
La noticia causó sensación en Noruega y desde entonces son numerosos los noruegos que se dejan caer por Covarrubias y dejan unas flores en la tumba de su princesa.
El curioso relato despierta mi interés y rebusco por los libros de historia. ¿Quien era esta princesa noruega de destino tan sombrío? ¿Tan desalmado era D. Felipe para no cumplir la palabra dada? …. Y la leyenda que nos contara el buen abad se fue deshaciendo poco a poco…
Cristina había nacido en Bergen y era hija del rey Haakon IV de Noruega. Alfonso X el Sabio necesitaba alianzas para sus pretensiones de ser coronado emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y en 1257 solicitó la mano de Cristina para uno de sus hermanos. La princesa, acompañada de un gran séquito cruzó toda Europa siendo agasajada en todas las cortes Europeas. Las crónicas dicen que era muy bella y que incluso Jaime I el Conquistador además de agasajarla, le propuso matrimonio. La princesa llegó a Castilla y de, entre los hermanos del rey, prefirió a Felipe. El matrimonio se celebró y la pareja se instaló en Sevilla. Quizá el calor de Sevilla, quizá el carácter intrigante de su esposo, hicieron enfermar a Cristina que murió solo cuatro años después, a la edad de 28 años y sin tener descendencia. ¿O quizá murió de tristeza añorando los verdes fiordos noruegos? Su esposo la hizo enterrar en la Colegiata de Covarrubias de donde había sido abad.

D. Felipe había sido destinado a la Iglesia y además de abad de San Cosme y San Damián llegó a ser obispo electo de Sevilla. Su vocación no debía de ser grande ya que renunció a la carrera eclesiástica y casó con la princesa noruega. En los doce años que sobrevivió a Cristina se casó otras dos veces, tuvo dos hijos legítimos y varios naturales, además de encabezar una sublevación contra su hermano junto a los famosos infantes de Lara.
Años después volvimos a Covarrubias suponiendo que los datos históricos habrían ido venciendo la leyenda. Pero no era sí. La leyenda había ido acrecentándose. Frente a la colegiata había, ahora, una elegante estatua de la princesa regalada por una ciudad noruega. Su sencilla tumba estaba llena de flores. Cristina de Noruega, la princesa que vino del frió se había convertido en una celebridad y Covarrubias en visita casi obligada para los noruegos que pasaban por Castilla.

Decidimos ir en pos del marido. Descubrimos que primero había sido enterrado en Villadiego, tierra de nuestros abuelos y después le habían trasladado a la templaría villa de Villàlcazar de Sirga, o Villasirga a secas, un pueblecito de 200 habitantes situado entre Frómista y Carrión de los Condes. Aunque no encontráramos a D. Felipe, San Martín de Frómista y la iglesia románica de Carrión nunca defraudan. En la inmensa llanura de Tierra de Campos pronto divisamos a los lejos un pequeño pueblo dominado por una enorme iglesia: Santa Maria la Blanca que los templarios habían convertido en una importante etapa del Camino de Santiago con el culto a la Virgen de Jessé.
La iglesia que tiene algo de fortaleza, es en su interior de esbeltas proporciones con elegantes bóvedas de crucería y un valiosísimo retablo mayor. Y, efectivamente, en el interior de esta iglesia luminosa y bella encontramos, por fin a D. Felipe, que reposa en paz junto a su segunda esposa Dña. Leonor de la familia de los Pimentel. Los sepulcros constituyen otra sorpresa: aún conservan su policromía y nos permite ver el colorido de los ropajes y la riqueza de sus detalles. El sepulcro de D. Felipe es infinitamente más suntuoso y trabajado que el de su primera esposa. Pero en esta tumba no hay flores frescas.
Al salir de Santa Maria había que pensar en comer y nos encaminamos al vecino mesón. Allí nos esperaba D. Pablo, el mesonero, que no sabe mucho de princesas tristes ni de caballeros rebeldes pero que prepara el mejor lechazo churro del mundo. En su mesón a la antigua te coloca un babero del tamaño de un delantal y te sienta en una enorme mesa donde pronto empiezan a llegar los aperitivos de chorizos y morcillas que revivirían al mismísimo D. Felipe de Castilla.

María Herrero es guía de turismo.

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